He pasado hoy por el banco, cosa excepcional desde que inventaron la banca online. Pero hoy he tenido que ir. A la puerta había un hombre tocando el acordeón, a quien en algún momento se ha unido una chica con una pandereta; no eran buenos, pero animaban.
Lo que me ha resultado curioso es que al entrar, había una señora, delante de ellos, bailando. Una señora mayor, bailando despacito, no daban los huesos para más. Supongo que se ha reído un poco, los músicos también, les ha echado algo y ha seguido su camino.
Pero es que al salir he encontrado a un señor igual: viejecito, de esos a los que no te importa cederles el asiento en el autobús. Y bailaba igual.
He estado un rato a ver si veía a algún otro, pero se ve que ha sido casualidad, ya no había más bailarines.
Es lo que tienen las mañanas de sábado, uno puede ir por la vida con más tranquilidad. Y puede uno fijarse, y asombrarse de cómo gente que, según casi todos los baremos, estaría ya en tiempo de descuento, aún conserva alegría, ánimos para alegrarse y alegrar, por encima de prejuicios o sentido del ridículo. ¡Bravo por ellos!
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