2008/05/15

Cuando comer es un infierno

Si has venido aquí buscando consejos para perder peso o dejar de comer, por favor, dedica un rato a leer este post, y luego haz lo que quieras.

Termino hace un rato de leer “Cuando comer es un infierno. Confesiones de una bulímica”, de Espido Freire. Lo recogí hace poco en parte por la autora, porque me apetecía leer algo suyo y prefería que fuera no ficción y, por otro lado, porque es un tema que me interesa. Siempre me ha costado entender qué puede haber en la mente de las chicas (podría decir personas, pero aun dejando a algunos fuera, me parece mejor así) que deciden dejar de comer, o caen en la bulimia. Sobre todo esto último. El libro me ha gustado. He reconocido el estilo de Espido, el que tanto me gustó oyéndola hablar en el Ateneo el pasado día 1. Y creo haber conseguido, hasta donde es posible, entender lo que no entendía: qué es la enfermedad, cómo se puede caer en ella, y hasta qué punto puede resultar difícil salir.

La bulimia es más fácil de describir que de comprender. A grandes rasgos: comes hasta hartarte y, luego, el sentimiento de culpa por haber comido tanto te lleva a vomitar lo que has comido.

Por un momento, no sé bien por qué, imaginé que tendría buena parte de autobiográfico. Pero no es así. El libro se basa principalmente en el testimonio de Gloria, una chica que sufrió la bulimia durante 7 años y consiguió abandonarla, y está complementado con algunas historias de otras chicas, y una descripción del mundillo online pro-anorexia.

Me recuerda en ciertos momentos a otro libro que leí hace tiempo, “Las chicas buenas no toman postre”, cuyo planteamiento me resultó sorprendente: tras la “censura” sexual, llegaba la censura alimentaria. Antes había una moral opresora que decía lo que se podía y, sobre todo, lo que no se podía hacer en cuestiones de sexo. Superado ese escollo en general, ahora llega la tiranía de la figura, la belleza y la eterna juventud. Y de las consecuencias que, en casos extremos, puede esa tiranía llegar a tener, habla el libro cuyo título encabeza este post.

Mientras se nos cuenta la historia de Gloria, cada capítulo está encabezado por un pequeño texto extraído de las webs pro-anorexia. Son una especie de clubes secretos, donde las enfermas se animan, se justifican, y se reafirman en su enfermedad. Me llama la atención éste:

EL ADICTO AL CRACK

Mira al pobre adicto al crack: se tambalea a través de la ciudad, con el corazón debilitado por las drogas, y ni siquiera repara en que su adicción le matará muy pronto. ¿Por qué lo probaría? ¿Le queda alguna esperanza?

¿Quién viviría una vida de adicción que le hiciera así de miserable?

Apuesto lo que sea a que tú, no. Entonces:

¡¡¡DEJA LA COMIDA INMEDIATAMENTE!!!

¡Es tan perjudicial como el crack! Si pruebas una poca, querrás más.

¡Nunca tendrás suficiente! Es una adicción, y no podrás controlarla.

¡Detente ahora!

La menor señal de comida puede convertirte en adicta.

Debes tener mucho cuidado y decir que no.

¿Qué? ¿Ya eres una adicta? ¡Oh, no...!

Está bien, te contaré un secreto.

Yo también, pero me estoy recuperando.

Cada día como menos, de modo que habrá un punto en el que ya no lo necesitaré.

La recuperación no es fácil. Pero todos podemos hacerlo.

Recuerda que la comida es como el crack:

ahora puede gustarte, pero pronto querrás más.

Y cada mordisco es un paso más hacia la degradación.

Cómo de graves serán estas enfermedades, qué le harán a la cabeza de quienes las sufren, para que no puedan ver lo absurdo del texto. Si hasta tenemos por viejo el chiste este del aldeano que daba al burro cada vez de menos de comer, y estaba triste porque, justo cuando había conseguido que no comiera nada, se le murió. Tal vez poniendo “delgadez” donde pone “comida”...

Otros episodios nos hablan de las automutilaciones y de los complementos químicos. Lo primero es otro de esos enigmas que, para cualquier cabeza sana, resultan bastante incomprensibles. ¿Por qué una persona se haría daño cortándose, o dándose golpes? Parece que hay una satisfacción inmediata, tanto física (porque el cuerpo reacciona y trata de enmascarar el dolor producido) como psicológica. Pasados esos efectos aumenta la culpa, que puede llevar a repeticiones para tratar de aliviarla. Evidentemente es una espiral que no lleva a ninguna parte. La solución definitiva es más difícil de realizar, pero no es posible aspirar a menos.

Los complementos químicos son los recursos empleados como ayuda para perder peso: diuréticos, laxantes, y vomitivos. Además de no servir para nada en ese sentido, son tremendamente nocivos para el cuerpo, y sus efectos dañinos son permanentes. De las pastillas para adelgazar se dice algo que, una vez comprendido, ayuda mucho:

Respecto a las píldoras para adelgazar, sólo puedo añadir que si hubiera una que funcionara nos habríamos librado de este problema hace mucho tiempo. No importa lo que digan los anuncios, las estrellas pagadas, las modelos... la industria dietética es muy poderosa, y es el único negocio en el que si se fracasa, la culpa ha sido tuya y no del producto... y fracasan en un 98% de los casos. ¡Y nadie dice nada! ¡Nadie protesta, y todo el mundo continúa con ellas!

O sea: que ninguna pastilla conseguirá que pierdas peso de una forma sana y permanente. La única receta es ingerir menos calorías de las que consumes, y siempre con una dieta equilibrada. Esto se puede conseguir gastando más calorías (haciendo ejercicio, por ejemplo) o disminuyendo las calorías ingeridas. Para hacer esto con probabilidades de éxito y sin peligro: visita al médico, y mucha fuerza de voluntad. No hay atajos.

En muchos casos, no obstante, ni siquiera es necesario un gran esfuerzo. Tal vez la situación actual no es tan mala: el peso ideal, la figura perfecta, no siempre tienen que ver con las imágenes que aparecen en las revistas o en la televisión. Esas figuras, a veces, no son sanas. Muchas veces, ni siquiera reales; el retoque fotográfico se usa ya para la mayoría de fotos publicitarias.

Dice Espido en el último capítulo:

La publicidad impone ideales imposibles con el fin de provocar insatisfacción, y que esa insatisfacción conduzca al consumo.

Para ello emplea todos los medios manipulativos a su alcance.

[...] La difusión de cuerpos que inciten a la delgadez extrema, a la modificación de lo mismos mediante cirugía estética o a medidas irreales debería ser controlada. No hablamos de caprichos estéticos: hablamos de una corriente generalizada de banalización del cuerpo humano, de una tendencia alienadora y tendenciosa de la imagen corporal que está entre los factores causantes de terribles trastornos psicológicos.

Las campañas de prevención deberían, claro está, extenderse mediante el sistema educativo; no basta con cierta información sobre alimentos y nutrición. Es preciso que se propugnen modelos alternativos, tanto físicos como de conducta, con los que los niños y los jóvenes puedan identificarse.

[... A los niños] se les debería enseñar, con criterios acordes a su edad, a discriminar la información que reciben, a analizar y criticar la publicidad y las imágenes físicas que les llegan.

Es necesario aprender, cuanto antes, a respetar y aceptar el cuerpo propio y el de los demás, sea como sea. Hay que aprender a decir que no, a reconocer y no escuchar, a quienes nos hablan para conseguir sus propios intereses, quienes nos dicen que no estamos a la altura, que no damos la talla, que no valemos.

Este libro es para compartir. Si piensas que este libro te podría ser útil y te gustaría leerlo, dímelo: .

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