En este post dejaba caer que la recesión (entonces aún no se podía decir crisis) podría dar lugar a que tengamos que plantearnos cosas que damos por sentadas, cambiar algunos aspectos del modo en que vivimos. Y que podría darse la vuelta a esto: si nos hubiéramos planteado estas cosas hace tiempo, si nuestro modo de vida fuera otro, es posible que la crisis no nos afectase tanto. Incluso podría no haber tenido lugar.
Sólo dejé asomar esta idea, sin concretar. Y hoy, en el boletín que envía Eartheasy, leo [en] un artículo que retoma esto. No pretendía traducir literalmente el artículo, pero al final sí cito la mayor parte de él.
El autor se remonta a su infancia, en los años 50. Habla de sus padres, de clase media y con un estilo de vida acorde. Orgullosos de las muestras de éxito, como el coche, pero considerando esenciales valores como la economía (en el sentido de estirar el dinero). En el jardín, tras los macizos de flores, había repollos y lechuga, guisantes y otras verduras.
Tras las verduras había una cuerda de tender, siempre con ropa. Aunque en casa había lavadora y secadora, no se consideraba gastar energía cuando se podía secar la ropa al aire.
Una de las responsabilidades del autor era cortar el césped. Al principio, con un [en] cortacésped manual. Luego con motor, pero eléctrico. La gasolina era barata, pero la electricidad aún más.
Lo normal era que la ropa tuviera parches. La ropa nueva estaba reservada para los domingos y ocasiones especiales. La eficiencia en el gasto era motivo de orgullo.
Hace pocos meses se realizó un estudio realizado en California en el que chicas de 16 años citaban su actividad favorita. Un 71% eligió "ir de compras" en primer lugar. Hace tan sólo una generación, en ese lugar habrían estado cosas como "bailar", "montar a caballo", "patinar", "cantar" u otros hobbies.
La creciente crisis de crédito actual está haciendo que la noción de ir de compras como entretenimiento llegue a su fin. Y aunque esto sea fatal para el comercio a corto plazo, a la larga será beneficioso disminuir el consumo per capita.
Aparte de la incertidumbre económica setá, por supuesto, la creciente preocupación por el cambio climático y sus consecuencias. Estas dos amenazas requieren soluciones complementarias, pues una economía sana necesita de un medio ambiente sano, energía limpia y un uso moderado de los recursos naturales.
Estamos viendo muchos cambios que parecen buenos para nuestro futuro. Gobiernos y empresas se están subiendo al carro de las energías renovables. Científicos e investigadores están buscando energía cada vez más verde, y estrategias de gestión de residuos que, hace 10 años, no habrían podido ser por falta de fondos para investigación. Se oye hablar de huertos comunitarios, y los trabajos "verdes" son una opción preferida por los graduados actuales.
Aunque la crisis nos afecte, hay que centrarse en los aspectos positivos y buscar las oportunidades que acompañan al cambio. Podemos aprender de las tradiciones de modestia y economía transmitidas por nuestros padres y abuelos. Compartir recursos no fungibles con nuestros vecinos, pasar más tiempo con nuestros hijos en lugar de comprarles cosas, aprender prácticas sostenibles y enseñar a nuestros hijos cómo desarrollarlas.
Así que, tal vez sin ser demasiado radicales, hay que aprovechar y poner de moda ciertas costumbres que ahora podrían estar mal vistas. No se trata de ir con la ropa rota, pero igual no hace falta cambiar el vestuario completo cada año. Y otras tantas cosas que ahora, con la excusa de la crisis, pueden volver a ser posibles.
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