Después de varios días oyendo y leyendo (ejemplo sobre como Lola Mencía, al parecer una conocida influencer, ha decidido saltarse las normas que protegen el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido paseando con sus perros sueltos y bañándose en varias pozas. Todo muy bien, muy cuqui, y estupendo para un vídeo que colgar en Insta.
Cuando la Guardia Civil ha decidido tomar medidas y denunciarla, vienen las justificaciones. No había nadie, mis perros son muy buenos... y por si no cuela, dice que han dejado dinero en la zona y la han dado a conocer.
La cosa es que, de pronto, mi cabeza toma este comentario y lo saca fuera de este ámbito. La eterna y nunca resuelta discusión sobre la diferencia entre el viajero y el turista, que antes quizá era difusa, se va incrementando.
Ahora el turista (al contrario que hace unos años) es alguien que va a hacerse la foto, pero oye, deja dinero y da a conocer el destino (para que otros vayan a hacer lo mismo). Va a hacer un favor a los pobres habitantes del destino. Por el contrario el viajero, con actitud humilde, va a observar, a aprender, a intentar integrarse, aun como extraño, en los modos y maneras del lugar al que acude.
El viajero respeta las costumbres del destino, el turista va al campo y protesta porque el ganado genera mal olor, o el gallo canta al amanecer.
El viajero busca interacción con la gente local, como iguales. El turista vive en un mundo paralelo, superior, donde se relaciona con las personas que le atienden (guias, hostelería) y no con la gente local salvo, tal vez, para tomar una foto a alguien (a veces como parte de una interacción comercial consentida).
Ahora que cada vez hay menos viajeros y más turistas, porque es barato y porque el turismo es alimento para muchos en las redes sociales, el dinero tiene consecuencias, y los destinos se reconvierten para recibirles, a los turistas y a su dinero, aunque sea a costa de su autodestrucción. Claro que el beneficio se lo llevan unos pocos, y los costes se externalizan para repartirlos entre las personas que viven allí. En resumen, convierten pueblos o ciudades en decorados, al perderse lo que el viajero buscaba (lo que hacía a unos sitios distintos de otros) y preservar solo los photocalls, los monumentos que la gente va a visitar no tanto para aprender sobre ellos, sino para hacer la foto y salir corriendo al siguiente.
Los cruceros son, quizá, la máxima expresión de quien va de una ciudad a otra, sin más tiempo que el necesario para tomar las fotos que acrediten que estuvo allí. Esta vez con el agravante de que ni siquiera se dejarán el dinero en las ciudades que visitan.
En fin, que me disperso. La otra idea que me viene a la cabeza al hilo de lo de "oye, que puedo haber hecho algo mal, pero al menos he dado a conoce el destino/em>". Y me acuerdo de las ofertas de trabajo, sobre todo en oficios creativos (¿pagarte? no, pero piensa en la visibilidad que va a tener tu trabajo), pero también en otros donde lo que se ofrece a cambio del trabajo es la pura experiencia.
Y mira que es chungo. Pero siendo cínicos, a lo mejor sí que te da visibilidad. Al igual que a Ordesa, que nadie la conocía hasta ahora que Lola nos ha explicado todo sobre su historia, etnología, geografia, o geología.